lunes, 4 de marzo de 2013

Un recuerdo y una felicitación especial

Antes de empezar o, mejor dicho, para empezar, rompo el silencio desde el último escrito porque necesito pensar y disfrutar de la soledad, de las letras solas. Es una delicia leer después de escribir, ¡aunque no sea lo propio!

Puestos a preferir, prefiero la buena compañía pero puestos a estar solos, no hay mejor forma de estarlo que pensando y disfrutando ante letras, o ante números bien ordenados. Así lo hago hoy después de bastantes días, y lo hago sobre...

Ya pasó la Navidad, ¡vaya! Pasó este año casi fugazmente para mí. Y avanzan los días en el Año Nuevo, otro año más, el 2013.

Os cuento alguna cosilla acerca de algunas de mis Navidades, no sé por qué me vienen hoy precisamente, muy lejos ya de las últimas, estos recuerdos entrañables, familiares, irrepetibles literalmente.

Recuerdo a mi padre y a mi madre en la mesa y, sonriente, me gustaba mirarles a ellos y a mis hermanos. Estamos todos. Había años en que mi padre trabajaba y no estaba en las cenas señaladas o en las comidas de Navidad y Año Nuevo. Había algo de especial hasta en echarle de menos.

Si era Nochebuena o Nochevieja, él se llevaba la fiambrera con sus calamares rellenos y su marisco. ¡Qué bueno escuchar aquello de cómo le gustaron los calamares a los compañeros! 

Si era el día de Navidad o el de Año Nuevo, la fiambrera se rellenaba con cocido, con esas pelotas magistrales que mi mamá aún nos sigue regalando, con sus garbancitos la mar de tiernos.

En otras ocasiones, fue una locura escuchar el timbre a eso de las diez y media cuando el turno de trabajo era de tarde. ¡Cómo deseábamos sentarnos a la mesa todos juntos! Uno de esos días recibimos mis hermanos y yo unos regalos muy especiales. Los recuerdo como muy entrañables, por inesperados. Esos regalos eran aquellos sacapuntas de metal, de los que habían de innumerables modelos: la bola del mundo, la plancha, hasta un cañón. Tres figuritas que nos alegraron un montón. Ordenadamente y sobre la tele presidieron la cena.

Aunque puestos a recordar regalos, junto a estas figuritas recuerdo mi primer balón 'de reglamento', reglamentariamente de cuero, pintadito en blanco, azul y rojo, reluciente. Allí lo tuve casi un día expuesto en un sillón, se veía muy chulo.

¡Qué regalos aquellos! Pero casi lo que más recuerdo son los juegos y los artilugios, que no juguetes, que empleábamos los peques: mi hermano y yo, para jugar.

A saber, un bastón a modo de taco y pelotas de tenis para jugar sobre una mesa cualquiera al billar. La mesa pegada a una esquina de la pared tenía dos de los cuatro lados para hacer carambolas. Los otros lados los formábamos arrimando los respaldos de las sillas... Era difícil acertar, sí, carambolas haríamos pocas, pero risas muchas.

También jugábamos a los coches; las ruedas, nuestras piernas, y el volante, ceniceros. Había volantes dorados, plateados,... no eran ceniceros como los de ahora, minimalistas, nooo. Eran ceniceros sin uso al que nosotros dábamos un buen tute, con dirección asistida, ¡de verdad!

Y qué decir del balón-puerta, o del tenis-globo. Pues sí, deportes casi preolímpicos.

El primero era similar al baloncesto pero con la puerta formando el cesto, tras ella y entre la pared.

El segundo fue en aquellos tiempos en que mi hermano se había roto la pierna. Como se aburría, pues hinchamos un globo como pelota, calentamos las manos a modo de raquetas y él, sentado en un sillón, y yo, tras una pequeña silla que hacía de red, intercambiábamos manotazos globo allá, globo acá. ¡Claaaaro!

No nos aburríamos, no. 


Bien, pues termino estas reflexiones por sorpresa, estos recuerdos fugaces que hoy vinieron a mí y necesitaron dar una bocanada de este aire lluvioso.

Mientras escribo, echo de menos a muchas personas. A ellas mando una felicitación sin palabras, un beso y un abrazo tardío, eterno. Entre esos abrazos, uno muy especial a papá, el que no recuerdo haberte dado.

De otra manera, temporalmente, sabiendo que la semana sí corre para curar este mal -menor-, echo de menos, muchísimo, a los que me hacen reir tanto, a los que me hacen ocuparme y preocuparme a diario. ¡Qué solo me siento cuando río al mirar ese dibujo familiar en el frigorífico adoptado!



Pues sí, esta tarjeta familiar quiere ser una felicitación para todas las personas que se preocupan por mejorar la vida de los demás y la propia, para quienes sonríen y hacen sonreir. En especial, también, para quienes trabajan lejos de casa y para quienes trabajan para trabajar. Siempre ánimo.

Esta humilde felicitación es muy importante para mí y la comparto también con quienes ayudan y disfrutan haciéndolo, y saben hacerlo, con quienes lo intentan, con quienes se esfuerzan, con quienes se dejan ayudar y con quienes gozan compartiendo.

Hoy creo que ni leí la prensa, ni escuché la radio, ni miré a la tele. ¿Se nota?
Casi imposible sacar matrícula de honor en esto de ayudar pero estudiando, llevando los deberes al día y cuidando la concentración en los exámenes y prácticas -diarias-, es casi seguro el aprobado... necesario.

¿Seguro que no leí la prensa...? No, hoy me pareció igual que la de ayer.