El festival
Había una vez una cantante buenísima. Era tan buena que todas
las personas que la escuchaban se quedaban embelesadas con sus canciones. A
unas les daba por dormir plácidamente, a otras les daba por sonreír o reír a
carcajada limpia y a otro grupo, a la mayoría, les daba por disfrutar de la
canción poniéndose cómodas, lo más cómodas que podían.
Esto, el que cantase tan bien, era, a veces, todo un problema.
Sí, sí, como suena, un problema y de los goooordos.
Ramona, que así se llamaba la cantante, era una gran estudiante
de música, una gran aficionada a ayudar a la gente y una gran coleccionista de
historias que le pasaban desde que comenzó a cantar en público.
Todo el mundo en Cantilandia conocía a Ramona y todos sus
habitantes podían contar un montón de esas historias; como aquella del concierto
en que la banda de música se durmió completamente al escuchar a Ramona; o
aquella en que la alcaldesa comenzó a roncar y su marido a reír a carcajadas; o
aquella en que los espectadores se levantaron de sus sillas y se acostaron en
el escenario junto a Ramona…
Ramona era muy querida pero no le gustaba que cuando ella
cantase, la gente se acostara alrededor, o que algunas personas rieran como si
estuviesen locas, o que hubiera gente dormida y roncando mientras ella cantaba
concentrada, ¡y menos la alcaldesa!
Ella nunca decía nada. Ya cuando era más joven le pasaban cosas
así y se había casi acostumbrado. Pero no se sentía del todo satisfecha cuando
dormía a la mayoría de sus escuchantes en lugar de hacerles aplaudir.
¡Casi tenía que aplaudir ella para que todas las personas despertasen!
Eso estaba haciendo que fuera algo más reservada cuando ensayaba
sus canciones. Además, dentro de una semana había un festival muy importante en
Cantilandia y gente de todo el mundo iba a venir para escucharla a ella y a
otras cantantes que vendrían de muy lejos.
Era un festival en el que ella tenía puesta una gran ilusión y debía ensayar nuevas canciones.
Con todo esto en la cabeza, aquella mañana Ramona salió a andar
al bosque y no quiso tararear ninguna de sus canciones para que la vecina no se
riera, para que los panaderos no se durmieran, para que el policía no roncara o
para que la librera no se acostara en el kiosko como la última
vez…
Ramona iba al bosque a ensayar. Allí había descubierto una
pequeña cueva en la que podía cantar y que muy poca gente conocía. Allí estaba
ensayando los últimos días y eran esas horas las que hacían que Ramona volviese
a estar ilusionada con el festival. Necesitaba que la gente escuchase, sólo
eso, nada de risas, nada de ronquidos o de echarse al suelo con los ojos en
blanco…
Al día siguiente, Ramona volvía a salir de casa hacia la cueva,
iba a ensayar de nuevo y no pensaba tararear nada de música hasta que llegase a
ella. Cuando llegó a la cueva vio algo nuevo bajo el árbol que había junto a la
puerta. No recordaba haber visto ninguna flor con esos colores.
El caso es que se quedó mirando esa flor y al lado había una
nota. Era un papel de color verde que estaba escrito con letras muy grandes que
iban dirigidas a Ramona.
-“¡Pero si es para mí!, ¡qué sorpresa!”…
Dirigida a Ramona,
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Pega al vestido esta flor
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-“O sea que… ¡esta flor pegada en el vestido! ¡Qué cosas!”
Ramona miró a todos lados y no vió a nadie. Allí estaba ella con
una flor que olía muy bien y que tenía unos colores vivos que hipnotizaban, no
podía dejar de mirarla. Era una flor que no había visto nunca y, respecto a la
nota, parecía que quisieran ayudarla con su pequeño problemilla.
-“Probaré esta tarde”, volvió a decir Ramona. “Pegaré esta flor a mi vestido. Si funciona, me coso la flor al vestido y buscaré más flores como ésta, ¡hasta pegamento le pongo!”
Ramona cantó en la cueva,
fue un ensayo en el que se sintió observada. Debía ser la flor, pero ¿quién la
habrá dejado allí?, ¿quién escribió esa nota?
Cuando ya recogía su mochila, oyó algunos ruidos que venían
desde fuera de la cueva. Era una gran osa, que miraba la flor. Estaba
totalmente hipnotizada con el maravilloso colorido de la flor.
La osa se quedó sentada mirando, realmente era muy grande. Ramona tuvo ganas de correr pero una voz, desde atrás, le dijo:
-"No corras, sólo canta. Está acostumbrada a escucharte, como yo. Camina despacio.”
Ramona comenzó a cantar y no paró de andar. La seguía este chico, y también un perro, y cincuenta o sesenta ovejas.
Cuando la osa quedó atrás, Ramona, ya mucho más tranquila, pudo
ver al pastor y a sus animales y ya entendió aquello de la nota y de la flor.
-“Oye, y ¿dónde podré obtener más flores como ésta?”
-“Al lado de la cueva, pero te las recogeré yo, son flores
mágicas, custodiadas por mis abejas, nacidas de mezclas de flores que harán que la gente que
te escucha se concentre en tu voz.
Y ya te puedes imaginar.
Cantilandia dejó de
reir, dormir y roncar cuando debían escuchar. A partir de ahora, cuando
escuchan a Ramona, sólo aplauden y disfrutan, y no dejan de mirar a las
flores. Eso te iba a contar, porque las miran y las miran…, pero eso, eso ya
es otro cuento… |
