domingo, 15 de enero de 2012

Un escrito cualquiera, a propósito del programa radiofónico "El ojo crítico"

Allí estábamos los tres: la matemático, el imbécil y yo.
Llegué demasiado pronto. Calculé mal, el primero, más que puntual, impuntual.
No así la matemático. Llegó tan en punto que pensé que era la entrevistadora. Se sentó a mi lado tras confirmar su cita, a la misma hora que la mía. Abrió un libro que sacó del bolso: "Matemáticas más que avanzadas". Después de dos teoremas, apareció otra persona.
Entró casi corriendo. Preguntó, no, gritó preguntando si "era aquí lo del trabajo ese". Sí. Miré las gráficas del libro avanzado.
Ese día, tras la entrevista, donde estuvimos los tres, aprendí que no importa llegar primero, tampoco es determinante ser el más avanzado. Lo más importante es no necesitar lo ansiado y, también, avanzar primero porque ni el imbécil lo resultó tanto, ni las matemáticas son las de antes ni yo... 
¿Adivinas quien consiguió ese empleo? Ya ni me acuerdo.

Pequeño avance de camino a Santiago


CAMINO A SANTIAGO, desde Sarria
Jueves 2 de julio de 2.009.
Salimos después de todo, después de muchos momentos, difíciles, después de momentos muy buenos, después de obtener las bendiciones salimos en busca de…
No sé si buscamos algo, sí que salimos, creo, para empezar a agradecer los momentos que se sucedieron, para seguir dando más sentido a nuestras vidas.
Decía que salimos y empieza el camino a bordo del segundo tren, en un departamento con cuatro literas. Las dos superiores para nosotros, las inferiores las ocupan un francés con destino a León y un español con destino a Ferrol, todos caminantes, todos vecinos esta noche.
Voy a descansar. Recién cenado, un chusquito, una manzana y líquido, suficiente para este rato de litera, insuficiente para mañana. Quini comió poco también, ni manzana siquiera. Mañana más. Mañana empezamos. Voy a descansar.

Viernes, (a 113 Km y pico).
Sonó la alarma. ¡Vamos allá!
Desayuno en la estación de Sarria, concha, sello y un buen consejo:
- El camino por allí. Buen camino.
Vamos si sonó la alarma. Saltaron todas ellas. Empezamos con brío, con entusiasmo. Pasaron los kilómetros y los ‘buenos días’, los ‘buen camino’, los ‘igualmente’, y llegaron las primeras cuestas en serio. ¡Ay!, las cuestas.
En una de ellas, pero cuesta abajo, paramos a almorzar, la “Bodeguiña del Obradoiro”, un sitio muy bonito, tranquilo y con inmejorable terraza para un pseudoperegrino con ganas. Era un alivio quitarse la mochila y era un delirio poder andar sin ella. Un bocata y un refresco, coca-cola para dos, jamón y queso y tortilla de patatas en pan calentísimo.
Cuando comimos, ambos con los pies descalzos, nos cambiamos los calcetines y, repuestos, nos repusimos las mochilas y seguimos acercándonos a Santiago. A partir de innumerables cuestas venideras, el cansancio fue apareciendo y también las molestias en corvas, pies y muslos.
Paramos a beber, a rebuscar fuerzas, pero éstas se caían al reanudar la marcha, cuando las cuestas se empeñaban en apuntar bien lejos. Paramos a comer, había que comprar agua, la habíamos agotado hacía muchos metros, muchos. Espaguetis, fruta y líquidos. Bastó para recolocarnos las mochilas.
De ahí arrancamos tocados, no por haber cruzado el salón de los dueños de la pensión durante su comida ni por haberles hecho levantarse, ¡qué aproveche y perdonen!, gracias. No, por eso no. Intentamos olvidar el cansancio allí, aún quedaba un trecho, el siguiente. Una cuesta y poca gente, ninguna aquel mediodía. Hasta el sol nos miraba entonces.
Desesperados, a buen ritmo, cansados, nos arrastrábamos hasta Ventas de Narón, todo subida, menos sol y más asfalto ahora. La aldea debía esperar cerca. Habitaciones con baño, leímos. Allí nos dirigimos. Allí nos quedamos, 35 Km hoy. Rodeados de gente amable, una vaquería y muchas moscas, nos sentíamos en el paraíso.
Costó mucho repararse para conseguir ducharnos. Un buen rato sobre la colcha, con la mochila suficientemente lejos de nuestras espaldas y nuestros pies descalzados y sin oler el suelo. Aquel rato hizo que pensáramos en la ducha, también las risas, también pensar en dos cervezas fresquitas.
Después de esas duchas -no fue fácil entrar ni salir-, después de lavar la ropa y volver a descansar, después de una cerveza fresquita con almendras, después de eso y descansar, una cena copiosa y tranquila nos calmó mucho. Ensalada, empanada y pedazo plato de huevos, patatas y mucho bacon, postre, cerveza y hasta vino que sentó bien.
En el comedor no había nadie más y hasta allí llegaron dos peregrinos holandeses, ciclistas y aprendices de castellano. Se empaparon de las noticias, absolutamente de todo lo que consiguieron entender, les partieron su bocadillo de chorizo y no compartieron sus copas de vino, cada uno la suya. Al día siguiente les veíamos pasar, cada uno con su bicicleta.
Ya cenados, unos treinta metros que andar hasta la habitación, hicimos unos cincuenta por ver la colada. La ropa mojada, chorreando, nosotros secos, flaqueando, pero menos, mucho menos. Pensando en mañana, pensando en Alicante y en quienes allí nos esperan.
Veremos cómo amanece, cómo amanecemos y cómo pesa la mochila. Buenas noches tengamos. Buen día y buen camino. Vamos a descansar. Buenas noches.

Sábado, (a 78 Km).
Nos levantamos. Bueno, es un comienzo prometedor. Nos duele todo pero no faltan sonrisas. Hasta el desayuno es fácil arrastrarse, ¡qué de moscas! ¡Buen camino!
Comenzamos después de camuflarnos la mochila con la colada húmeda, muy húmeda, con el sello de una niebla gallega y un tufillo a vaquería de las buenas.
Quini lucía tan solo unos calcetines negros como rabos de toro colgados sutil e imperdiblemente de su mochila. Podía decirse que lucía un bamboleo gracioso.
Lo mío era otra historia. Mi colada fue más copiosa y no pensó en ningún momento en secarse. Los pantalones, chorreando, hacían por rozarme la pierna izquierda a cada paso. La toalla naranjita, un calzón negro y una camiseta blanca dejaron de ser fieles a un color único y se mimetizaron al abrirse el perdible con el que los colgué a la mochila. Cayeron al suelo. No habían pasado las vacas todavía. Otros calcetines, hasta ocho, que un día fueron blancos, se balanceaban al costado derecho de la mochila asomándose para ver el camino.
Bueno, pues los primeros kilómetros fueron llevaderos. Estábamos sorprendidos de nuestro buen estado físico, aceptable, suficiente. Nuestro estado anímico estaba radiante, el Sol no. Cuando apareció éste, nuestros colgantes seguían chorreando. Los míos chorreaban de todo.
El camino se hacía llevadero pero no fácil. Había muchas menos cuestas que el día pasado, las que subían picaban mucho y las que bajaban no picaban nada menos. Los caminos eran de asfalto, de piedras, de chinas, de tierras acolchaditas con paja y hojas, ¡ay, qué ricas éstas!
Sí, nos dimos cuenta de que el cansancio de ayer no se había quedado en Ventas de Narón, ni siquiera colgaba junto a los calcetines, ni tan siquiera pesaba en el interior de la mochila, sí, se había pegado a nuestros pies, piernas y pantorrillas con poco cariño pero mucho entusiasmo. Paramos en la farmacia de un pueblo, sí, pueblo, Palas de Rey, con sus calles y hasta semáforos, con el consiguiente peligro de cruzar ¿corriendo? entre coches más rápidos que un tractor o una vaca, con gente en tiendas y bares…
Tras la venda vendida, compramos dos bocatas de lomo y queso con coca-cola. Bonito y cómodo lugar Ca Forna o algo así. Parece que Carlos Herrera comió allí la última vez que hizo el camino. Nosotros almorzamos también. De allí a por otra venda y de nuevo en marcha.
Cada parada ayuda a reponerse un poco, sobre todo cuando estás sentado. Si te quitas los calcetines, te descuelgas la mochila y te sientas o te acuestas, es la h… Pero después hay que arrancar, hoy arrancamos de mala gana un par de veces. La última, tras quitarnos las botas uno y las zapatillas otro, nos dejó tocados. El empeine de uno y otro estaban maltrechos y la luz roja encendida ayer comenzó a cortocircuitarse y echar humo. Nos costó mucho llegar al segundo punto en que sellamos la credencial hoy. La cuesta del autosello, la primera, se recordó como un paseo de niños comparada con las escaleras de acceso al Templo del Cristo, Parroquia de San Juan, nueve o diez peldañitos de nada, ni una altura completa de piso. Subimos por turnos. Ahí nos selló una chica que nos dio una alegría, un kilómetro a Melide, para descansar por hoy. Bajamos como pudimos los peldaños, todos.
Hacía tiempo que no habíamos visto los postes kilométricos y temíamos haber calculado mal nuestros pasos y paseos. Queríamos estar cerca y lo estábamos. Nada, nada, un kilómetro es nada. La chica de antes no nos dijo que ese kilómetro era de subida por camino de chinitas y que el Sol pasaba lista en voz alta a los peregrinos. Se le olvidó a la buena chica, buen corazón el de ella y buena vista, nos vio rotos.
Devoramos ese kilómetro con los ojos puestos en el pueblo, un cartel de hotelito nos tentó, hicimos un kilómetro extra para llegar a los 29. No había habitación, había boda. De nuevo cuesta arriba hasta llegar a la altura de la iglesia y allí, a preguntar Xaneiro, un hotelito donde descargar cansancio.
- No tenéis reserva. Bueno, pero tengo una habitación con dos camas. ¿Es eso lo que necesitáis?
Uy, ¡qué susto!
- Sí, sí, eso es.
Con el comedor a punto de cerrar, eran las 15:20 h, hicimos lo que pudimos por ducharnos en un cuarto de hora bien largo. Teníamos hambre, mucha, pero necesitábamos ayuda uno del otro para salir de la bañera, ¡malditas las prisas! Las piernas no se alzaban como se les ordenaba. Por turnos nos duchamos, por turnos nos ayudamos. A la vez y de milagro, sin mochilas, nos bajamos en el ascensorito. Rumbo al comedor, ya cerrado, sólo unos metros. Entremeses y carne a la milanesa, no quedaban lentejas. A descansar y a esperar que el cuerpo recuerde mejores tiempos. Haciendo memoria, mañana esperamos estar como hoy al alba.
Tras descansar, salimos a cenar a una pulpería. Pulpo, pimientos rellenos y ternera, postre y café, de nuevo a la habitación. ¡Vaya un brío que paseamos por Melide!
Con la mente puesta en Santiago, en muchos motivos por los que estar allí, en las personitas que echábamos de menos, en recuperar y tener buen camino mañana también, nos acostamos estirando piernas, pies con sus deditos, espalda…
Vamos, vamos, la estrategia de mañana: ¡buen camino!, la de ahora: ¡buen sueño!

Domingo, (a 50 Km).
Buenos días. Escribo casi sin moverme. Hay miedo a levantarse, a no tener buenas sensaciones, a que las molestias no hayan menguado. ¡Hay ganas de seguir! Duele pero no tanto, no hemos empezado aún.
Objetivo: desayuno. Después, andar y andar, tenemos todo el día. Objetivo: llegar. ¡Nos levantamos!
Comenzamos en busca de una farmacia, no están abiertas, ninguna de las dos en Melide. Seguimos por el camino. Empezamos bien y vamos mejor con nuestros empeines cuando la cuesta es hacia arriba. Hoy, nos advirtieron, muchas van a ser hacia abajo.
En una de las cuestas más duras, ésta por larga, por empinadilla también, de más de un kilómetro, con pendientes variables, aparecen un buen número de peregrinos, bastantes. Desde la mañana del primer día, no habíamos coincidido con grupos numerosos. Todos andamos con el mismo propósito, llegar al destino fijado, al destino más nombrado, un infinito “buen camino” se escucha entre bosques, caminos, carreteras y pueblos. No es sólo entre peregrinos, también los lugareños lo desean. Viven a orillas del camino, miran a muchos peregrinos y casi somos vecinos de un trecho, al que vamos llegando, vecinos nuevos cada día que se quedan lo que tardan en perderse en el horizonte o, como mucho, lo que tardan en reponer fuerzas, o curarse, o apretar los cordones, o hacer una foto.
Cuántas historias, cuántas personas hemos andado juntas estos días, andamos todavía. Hoy, después de unas horas, llegamos a la Iglesia de San Juan de Boente, allí volvimos a sellar. De nuevo partimos y había unos pasos que dar hasta Arzúa. Allí almorzamos, allí no sellamos pero sí descansamos. Encontramos una farmacia abierta y rellenamos el botiquín, por si acaso. Había un tramo duro por delante, ningún servicio en ocho kilómetros, perdidos entre bosques, caballos y vacas, precioso todo, y fresquito, y lluvia intermitente que ponía a prueba nuestra destreza en descolgar mochila, sacar poncho, poner poncho, colgar mochila y arrancar de nuevo. Tras unas gotas, el camino picaba hacia arriba, el Sol hacia abajo y nosotros sudábamos. Tocaba descargar mochila, quitar poncho, meter poncho, colgar mochila y arrancar de nuevo. Demasiados arranques, la lluvia, sincronizada con la orografía y el sol, dejó de llamarnos la atención. Poco nos mojó. No hubo más poncho ese día.
Pasamos Arzúa y Quini encuentra y fabrica lo que el bosque ha tenido a bien compartir, un palo, una rama rota, un bastón natural que ayudará al otro lado del artificial en la tarea de andar en pendientes. Más tarde, el bosque proveerá con otra rama desechada que ayudará al menos crédulo. Gracias bosque y gracias Quini. Justo cuando todo era más difícil, cuando los dolores querían ver el lindo paisaje y disfrutar del camino, los bastones a pares ayudan y charlar también. Muchos fueron los temas tratados. Algunos los sabe hasta el apóstol Santiago y mañana, si Dios quiere, nos hará un guiño.
He de ensayar algún abrazo para estar a la altura cuando abrace al apóstol.
Bien, pues cansados sí, pero a qué ritmo llegamos al destino de hoy, muy cerca ya. Llegamos a buen ritmo, con cuatro palos, después de dar un rodeo por ver un albergue, cerrado hoy domingo, el de San Isidro, y después de andar unos cientos de metros más por no fijarnos en una flecha camuflada detrás de algo. Llegamos y preguntamos en Casa da Gallega, pensión de una mujer muy amable que nos atendió divinamente. Una ducha reparadora y una colada, la del día y restos, sirvieron para cambiar de peregrinos a señores de la casa puesto que el albergue estaba vacío, a nuestra única disposición. La gallega nos centrifugó la colada y tendió con nosotros, tuvo una especial atención y nos contó que sus primeros clientes fueron de Alicante. Nos sentimos muy a gusto, como ellos, seguro. ¡Bonito jardín, precioso!
A la cama un rato con los pies en alto antes de cenar, ¡qué hambre!
No quedan más que 19 Km. Hoy fueron más de 31 Km los que anduvimos. Mañana más. Mañana, … mañana.
¡Buena cena la de hoy también! Casi no tenemos mesa, la compartimos con dos Elias, madre e hija, de Bétera, la del dedo pulgar, muy fuertes ambas, médicas. Cenamos revuelto con vieiras y carrillada de ternera con salsa de queso exquisito. Estas cosas ayudan, como la sobremesa, muy agradable. Tardamos tanto en comer como en subir la calle hasta nuestra casita.
A dormir, a dormir, ya nos pusimos la dosis de linimento, casi nos bañamos en él, buen somnífero ese réflex. Mañana…

Lunes, 6 de julio, (a 19 Km).
Nos levantamos y, como estos días atrás, nos encontramos pesados y muy torpones. Los dolores mandan a la hora de moverse, fijan la velocidad del desplazamiento, la amplitud, hasta la mirada. Ayuda el ay, ay, ay pero ahora ya menos. Queda completar este camino, queda continuarlo, queda disfrutarlo hasta que lo volvamos a hacer. Sólo 19 Km. ¡A la ducha de nuevo! Ánimo.
Arrancamos, no desayunamos allí. Estaba cerrado donde el revuelto y la ternera. Iniciamos la marcha y no es muy alegre. Arrastramos mochila y molestias. Ya desayunamos, bar de bilbaíno, nos colgamos ritmo y alegría por si querían acompañarnos. Continuamos.
Hoy, cualquier cruce con peregrinos a pie o en bici era distinto. Sonreíamos con cierta complicidad, sabiendo que nuestros ojos verían hoy al apóstol, que nos habíamos vencido a nosotros mismos, que habíamos cumplido el deseo, la promesa, que era el día. El “buen camino” se tornó en “ya estamos cerca”, un “buenos días” o “buen día” la mar de significativo, o simplemente en un guiño de ojo y una leve sonrisa.
Ésta fue una etapa llevadera, corta aunque rompepiernas, de subidas y bajadas, en asfalto. En los últimos kilómetros no vimos puntos de referencia de la distancia a Santiago pero el horizonte era suficiente.
Llovía. Las rampas de Monte do Gozo eran el objetivo al principio y Santiago de Compostela era el objetivo final. Nos guardamos unos bordones, nos deshicimos de otros y disfrutamos del paseo hasta el centro de la ciudad. Era parte del premio saludar a la gente de Santiago con quienes nos cruzábamos en nuestros últimos metros. Esta gente andaba más fresca que nosotros pero igual de contenta.
Una vez que llegamos a la Catedral, además de lo impresionado por su grandeza, por su importancia histórica, por poder acercarnos al lugar donde es venerado Santiago, sentí, sentimos haber cumplido una pequeña gran aventura, difícil pero muy enriquecedora, llena de convivencia, solidaridad, empatía y simpatía. Ha sido como darnos un donativo a nosotros mismos cuando queríamos dar las gracias por la VIDA, por tener fuerza para afrontar situaciones de manera positiva, por creer en el esfuerzo, por creer en el futuro, por esos seres tan queridos que ayudan tanto.
Palmeé la espalda de Quini. Ya llegamos. Lo conseguimos. Nos acordamos de esfuerzos y de sufrimientos, de los malos momentos, de cómo mirar al frente con ilusión, con ilusiones adornadas.
Entramos en la Catedral, disfrutamos de ver ese lugar histórico, esa construcción grandiosa, y de ver la imagen del apóstol ante tantos peregrinos y visitantes.
Fuimos a recoger la compostelana, ese documento en latín que certifica haber creído en Santiago hasta cuando los problemas físicos alejaban la Catedral de nuestros pies. No es papel escrito, no. Es el carnet de quien habló con Santiago, de quien recibió de Santiago y de quien salda las cuentas pendientes, de quien valora el esfuerzo.
Es el papel que nos recordará un paisaje de bosques, de llanuras y montañas, de aldeas, de gente amable, de animales únicos -¡cacho babosas y pedazo vacas!-, de esfuerzo, de sacrificio, de dolor, de ayuda, de compañerismo.
En la casa del peregrino, allí, se pregunta por las motivaciones que te llevan a Santiago. ¡Cuántas motivaciones juntas!, y sólo hoy, un rato, muchos ratos, muchos días, muchas.
Después de la compostelana y teniendo en cuenta que nuestros peques esperan y nosotros no esperamos más que abrazarlos, ya vamos dando por concluido el camino.
Bueno, antes voy a darle un abrazo a Santiago. Entré por la puerta de la Plaza de la Platería, paseé por ese crucero y, sin tener claro qué lado sería el de la entrada, bajé unas escaleras hasta la cripta donde reposa el apóstol. Ahí estuve un rato y subí hasta el nivel de la catedral para volver a subir, ahora sí, a abrazar a Santiago.
No pensé en que allí habría para dar un donativo ni tampoco que habría tan poca cola o que ésta fuera tan rápido, ni tan siquiera que las escaleras fueran tan estrechas, demasiado para mi fiel compañera con esterilla y saco. El caso es que me tocaba abrazar a Santiago y yo estaba subiendo las escaleritas encajado, con la mochila en una mano y el monedero en la otra, buscando dinero suelto, con la gente esperando que yo saltara de ahí. Ahora sí había cola.
- Lo importante es lo importante.
Así que dejé la mochila en el suelo, detrás de mí, donde pude, interrumpiendo el paso de quien me seguía, sólo un momento, y con el monedero en una mano, le di el abrazo, un buen abrazo a Santiago, corto pero sentido, y tres besos. Después de cumplir con la frase leída detrás del Santo, agarré la mochila como dando permiso a quien me precedía y bajé las escaleras de nuevo encajado. Ya termina el viaje, ya terminó.
¡Ahora sí! Comimos lacón con grelos, miramos y compramos y nos aseamos, nos duchamos en el albergue del Seminario Menor. De ahí tomamos rumbo a la estación, andando naturalmente, y nos despedimos de Santiago y de la ciudad. Hasta pronto…
Dormiremos en el tren recordando lo vivido estos días y también lo vivido aquellos otros días, hace tiempo y no hace tanto tiempo. Escribo en la estación. Pronto saldremos. Pronto volvemos.

Martes, 7 de julio, San Fermín.
Despertamos y ya cerca de casa. Otro tren nos termina de conectar de nuevo. Ya hay ganas, muchas. Echamos de menos los abrazos y los besos, los llantos y las atenciones diarias, la sonrisa y la risa de los peques.
Ha sido muy duro alejarse de la familia, más de lo que pensaba, y, cansados, cada día nos separábamos más. No éramos completos dueños de nuestros movimientos, torpes de piernas, con la idea de recuperar lo mejor posible para seguir, la mente fresca, lúcidos en intención, nos separábamos deseando acercarnos.

Cada día, gracias a las mamás que cuidaron mucho a los reyes de la casa. Un abrazo de María, Ximo y Alfonso hubieran bastado para empezar cada día como casi nuevos.
Ya falta poco pues para esa recuperación total. Hasta ahora mismo.

Quini y Alfonso vieron al apóstol el seis de julio de 2.009 y pasaron por aquí.