Bueno, mejor, leed y dadle o no importancia a...
Érase una vez una chica. Como
cada mañana, llegaba a trabajar en coche, buscaba su aparcamiento, no un
aparcamiento cualquiera, el aparcamiento. Era su sitio, era su palco, donde
cada mañana reafirmaba la alegría de despertarse una vez más, donde volvía a
dar las gracias por poder ser.
Eran las 7:50, todavía un
poquito más. Mientras, escuchaba la radio, miraba la puerta cerrada de su
oficina y esperaba el momento..., ese momento. Miraba la esquina, el telón
estaba a punto de levantarse... Ahí está, ¡qué alegría de nuevo!, ¡qué
entusiasmo!, ¡qué energía!
Le deseaba buenos días,
que tengas un buen día, todo en silencio, a esa figura que cruzaba
todos los días a la misma hora por delante de ella, con una frescura y una
energía..., ¿ya te lo dije?
Todas las mañanas, la chica aparcaba frente a su oficina, justo en la esquinita, esperando a la
figura que hacía que el día fuese mejor. Un buenos días mudo y con la sonrisa
nueva, a trabajar. “Hasta mañana”.
Un día, esa chica,
después de su cruce de miradas, de su saludo mudo, después de ser un día más,
comenzó su jornada laboral, una jornada que le llevó a media mañana a hacer una
gestión en... Allí fue y allí pasó que... Allí estaba él. Cuenta la historia
que se rompió el saludo mudo y que se saludaron y se escucharon como si
estuvieran solos. Un buenos días tan solo, pero un buenos días para ellos dos,
los demás no estuvieron ahí.
Sólo ese buenos días
bastó, la llenó y la hizo pensar y cuentan que escribió lo siguiente:
“Hoy, por fin, he podido cantar los buenos días
que siempre había reservado al aire que cortabas con tu paso ágil, mañanero,
tan difícil de ver..., ¡sigue así!”
Sigue la historia que, al
día siguiente, como de costumbre, el primer coche aparcado en ese cruce era el
de la chica, y que la hora del encuentro entre miradas no se produjo
puntualmente. La chica, preparada para salir y preparada para comenzar su
jornada... dio los mudos buenos días y sonrió.
También cuenta la
historia que, al día siguiente, esa chica no pudo aparcar en la esquinita y,
contenta, aunque algo desorientada por un momento, dejó los buenos días para
que esperaran por ella.
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