¡Qué contento estoy! Lo estoy porque
tengo ganas de hacer cosas, porque tengo un trabajo, porque quiero a mi familia
-se dan cuenta del orden, cuantitativa y cualitativamente no es el real pero es
significativo que sea éste y no otro-; bien, pues hoy escribía contento y
pensaba que así me sentía.
Feliz no, hay demasiadas situaciones
en el mundo que me hacen no saber por qué existe esa palabra. Pero sí contento,
insisto.
Les explico.
Tengo ganas de hacer cosas. Tenemos
planes, ilusiones: “mañana podemos dar un paseo por la playa”, eso es que
estamos bien, no nos duele nada, o casi nada, y podemos permitírnoslas. Hasta
hoy, pasear por la playa sale barato. Mañana espero que también.
Algo más. ¡Tengo trabajo! Tengo un trabajo, a veces
dos. Después de ser un desempleado durante bastante tiempo y un revisor de
correos electrónicos, a la vez que una persona dispuesta a emigrar, a emigrar
para acertar, a acertar para aceptar, a aceptar para ganar, a ganar para
gastar, a gastar para pensar, a pensar para emprender, a emprender para perder,
a perder para soñar, a soñar para vivir, a vivir…, a la vez que sonreía cuanto
podía, pues después de eso y de volver a estudiar y a gastar, después, recibí
una oferta para trabajar, ¡trabajar!
Media jornada, a 85 km de casa; lo soñado, vamos. Casi
no es una ironía lo anterior. Media jornada significa mucho más que multiplicar
cero trabajos por mil. Sí, jornada completa es más que media jornada pero para
dar un paso hay que mover una pierna antes que otra. Respecto a los 85 km,
Noruega ‘pilla’ más lejos y acababa de mandar un currículum allí…
Después tuve aquello que una amiga me dijo, la suerte
del trabajo, trabajo llama a trabajo. Antes de empezar en mi nuevo empleo donde
acepté las condiciones de mis empleadores, tuve varios días de trabajo como
camarero. Altas de un día, viajes al Servef, (¿os conté mis sensaciones cada
vez que tuve que ir a la oficina de desempleo?, uf… no tomé notas, supongo que
para olvidar pronto, lo puedo resumir en desasosiego, desesperanza,
desconsuelo, daría para otro escrito), rememoré también saludos a una bandeja, recuerdos de la
época de estudiante, reencuentros con gente entrañable y con gente eludible
también.
Todo eso, y más, me encontré para hacer boca en
aquello de volver a trabajar. Resultó que los 85 km se tornaron más próximos al
tener la oportunidad momentánea de residir cerca del trabajo. Buen detalle ese.
La familia quedaría, eso sí, a esos 85 km desde el lunes al viernes. Eso es
difícil de buenas a primeras pero como buena y primera necesidad está la de
tener dignidad y soy más digno –para mí mismo- cuando echo de menos a mi
familia, sobre todo las tardes, pero tengo un ingreso en la cartilla del banco
que no dice “…prestación por… o subsidio por…”, además casi es un compromiso
patriótico.
Vamos, que me encontraba y me encuentro dichoso
echando de menos a la familia durante la mayor parte de la semana. La situación
se ha recompuesto en la época estival. La familia me acompaña durante gran
parte de este tiempo. He tenido bastantes contradicciones dentro de mí, difícil
aceptar lo bueno cuando estás esperando lo peor. Y es que mi confianza no está
por encima de la media. No confío en este presente actual, me encuentro remando
hacia una boya sin saber si habrá isla después, de península no hay rastro.
Pero tengo ganas de remar, a veces me quitan los remos, o a mí eso me parece.
Ayer, un compañero del trabajo por días me llamó.
Necesito seguirle porque estoy sin remos. La familia sigue cerca, menos mal.
Todo sigue parecido, en agosto hace calor, hay mucha gente sensible, pero
mucha, mucha gente valiente. Yo me quedo con ella, ¡qué contentos estamos!